lunes, 17 de agosto de 2009

Burdel, metáfora de la clase política criolla

Escribe: Urbano Muñoz

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Sin ideales no hay futuro que valga es el mensaje central de la novela Burdel (Lima: Ed. Altazor, 2009. 91 Pp.), de Harold Alva (Piura, 1978), donde se narra la historia de dos jóvenes abogados, en la Lima de las dos últimas dos décadas, Esteban Ramírez del Villar y Rodrigo de Vergallo, con énfasis en el tránsito de ambos personajes desde su condición de románticos a la degeneración, a medida que van renunciando a sus sueños, defraudados por la clase política corrupta.
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El proceso tiene tres fases. En la primera, romántica, Esteban y Rodrigo, como estudiantes universitarios, participan, entusiastas, en las marchas de protesta contra la mafia de Hiroto (Fujimori) que gobierna el país y se involucran con el sector opositor. Rodrigo ingresa al partido Actitud Popular Latinoamericana (APA) y Esteban a Patria Posible, liderado por Gamero (Toledo). Los jóvenes descubren pronto que el sector opositor es tan sórdido como la mafia hirotista; sus experiencias son similares, aunque sus reacciones, diferentes.
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Rodrigo crea un movimiento para salvar al APA de los “malos dirigentes”, fracasa y es expulsado. Conoce a Javier Sierra Tuesta (Javier Valle Riestra), quien lo recluta para formar un nuevo partido, mas luego vuelve al APA, dejando en el aire a Rodrigo. Éste renuncia a la política y piensa en apostar por la cultura fundando una entidad promotora de la lectura, pero es estafado por un socio. Sin darse por vencido, opta por dedicarse a la poesía; publica un poemario, que es demolido por la crítica. Entonces desempolva su título de abogado y se ilusiona con la idea de llegar al Poder Judicial.
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En el caso de Esteban, al descubrir que Gamero es un cocainómano y un putero, cuyos asesores son agentes del Servicio de Inteligencia, y que todo su partido está podrido, renuncia a éste. Es la época en que Hiroto se rereelige y Esteban, quien era el que organizaba los mítines de protesta, tiene que esconderse porque lo busca la policía. Poco después, cae Hiroto y asume la presidencia Paniagua. Nuestro personaje deja su escondite y Fica Urrutia le ofrece un puesto importante en su naciente movimiento social cristiano. Esteban acepta y vuelve a involucrarse con la clase política. Se vuelve cínico, constatando que el mismo Congreso de la República es una suerte de gran burdel donde las conciencias se venden como culo de puta. En estas circunstancias, se casa con una joven de “buen apellido” y, merced al apoyo de su suegro, funda una academia para “abogaditos mediocres que no son capaces de escribir siquiera un libro” y los prepara para ser candidatos a juez y ocasionalmente dicta conferencias sobre temitas de moda. Parece realizado, aunque un poco aburrido; para romper con la rutina, en sus horas libres se hace columnista de un periódico. Su nueva faceta lo lleva a explorar el mundo de los lenocinios de la ciudad.
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Es la fase de la degeneración, donde Rodrigo, por su parte, en su deseo de llegar al Poder Judicial se matricula en la academia de Esteban. Éste le consigue un puesto de trabajo. Rodrigo al poco tiempo se casa. Parece que ya se ha acomodado en el sistema, pero no es feliz. Simplemente sobrevive, convertido en un emo, quien a escondidas de su mujer se refugia “en la búsqueda individual del gozo”, aficionado a los videos porno, las prostitutas y el consumo de todo tipo de sustancias. Su vida se complica cuando se enamora de Libeth, una mujer bella, pero egoísta.

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La historia concluye cuando, Rodrigo, rechazado por Libeth, se pega un balazo mortal. Esteban se deprime, se retira de la academia, renuncia al movimiento y al sueldo que le pagaba la Urrutia, deja el periodismo; luego, funda “El Partido”, prostíbulo exclusivo para burócratas, el cual se convierte en un negocio exitoso, gracias a que su propietario ha reclutado como trabajadoras a experimentadas y guapas meretrices de los burdeles más conocidos de la ciudad.
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En el último apartado del texto, Máximo Vitale, compañero de ruta de los protagonistas de la historia y narrador de la misma, resume la filosofía individualista y cínica de quienes como Esteban han renunciado a sus ideales y al compromiso social, convencidos de que ya no es posible cambiar al país. Vitale dice que ya no le importa lo que suceda con el resto, que prefiere su condición de animal solo viviendo en una “ciudad desierta”. La sensación de soledad y tristeza que envuelve a estas palabras, empero, es un resorte que devuelve al lector a la frase de Mariátegui que sirve de pórtico a la novela: “Sin un mito la existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico”.
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Es evidente la alusión que se hace en esta historia al Poder Judicial y la gran prensa – la de los medios masivos limeños, desinformadotes y narcotizantes, expertos en generar cortinas de humo para distraer a la población y anular su interés por los asuntos de fondo y el destino nacional-, las entidades más desprestigiadas por su asociación con el problema mayor que nos tiene postrados como sociedad y estado: la corrupción.
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La peor herencia de la cleptocracia peruana de la década de 1990 fue la demolición de los valores morales nacionales. El período de transición democrática, con Paniagua, pudo ser una oportunidad para revertir las consecuencias de tan nefasto legado, pero fue insuficiente por tan breve. Retornaron pronto a la escena nacional los políticos oportunistas y corruptos, a cuyo contacto se pueden perder y pierden, casi siempre, los jóvenes y sus mejores sueños.
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Muy buena la lección que da Harold Alva, con esta su primera novela, y nos cae de perillas ante la necesidad apremiante de nuestro tiempo, de forjar una nueva y verdadera clase política, donde los jóvenes no sean la cola de los corruptos, sino sus fustigadores implacables y los protagonistas del cambio radical que requiere urgentemente el país.

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Urbano Muñoz: Poeta, narrador y ensayista; actual presidente de la Asociación de Escritores de Ayacucho. (El presente texto fue leído el día 13 de agosto del presente, en el auditorio del centro cultural de la Universidad Nacional San Cristobal de Huamanga, Ayacucho, en la presentación de BURDEL)