lunes, 13 de abril de 2009

Recuperado el cuervo

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En un primer momento pensé viajar por semana santa. El martes pasado César Sánchez y Gabriel Rimachi Sialer, presentaron sus libros de cuentos, la cita era en el Club Social Miraflores, yo debí estar en la presentación, por culpa de mi inestable ánimo, no fui, algo que de hecho lamento por el significado de ese doble parto y por lo que seguro habría sido la bomba con la que hubiese inaugurado la semana santa. Fuentes confiables me afirman que los brindis duraron hasta las cinco de la mañana en El Monarca. Me la perdí. Fue ese estado de ánimo lo que me tuvo enclaustrado desde ese martes en mi casa, he prometido regresar mañana a la oficina. Pero fue un encierro en el que he recuperado el viejo hábito de no pararme hasta que la poesía encienda su luz verde, no he dejado de escribir, mis manos recuperaron algo de aquella destreza por quien casi tiro la toalla, me reconcilié con el viejo cuervo. Aquí tres sonetos, escribí 11. Y de todas maneras esta semana Gabriel, Lucho, Miguel, Manolo, Malena, Scan, compañero Alejo, un trago en estos días; es paja beber solo, pero (me pongo cursi) extrañé sus ocurrencias.
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Me exijo un poema, una construcción que exprese
mi angustia: la marca de aquellos sables
que mutilaron las garras que todo fauno se merece
para no morir entre bestias insaciables.
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Necesito capturarlo con las armas adecuadas,
no soporto la cruz, el peso del remordimiento
que ha hecho de mis versos estas alas incendiadas,
este puñal con el que me flagelo y arrepiento.
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Hay mucha oscuridad en las cosas que concibo;
destruyo lo que toco o lo pongo al borde del abismo,
me enamoré de un ángel a quien hoy esquivo.
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Me extirpé la lengua en un tributo al malditismo,
veo monstruos y fantasmas en las casas donde vivo;
"la luz es torpe" se acercan repitiéndome lo mismo.
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La noche ha visto la cicatriz de los demonios,
la misma marca en cada una de las frentes,
el miedo que se instala con vientos premonitorios,
los mismos rostros desencajados e insurgentes.
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Ella no hubiese resistido, habría muerto al alba
de una fecha expropiada por la demencia,
por el zarpazo natural de un monstruo que la salva,
que la protege a tiempo de su infernal presencia.
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En mi boca se agita un extraño mensaje,
una canción alada, la voz de un antiguo sacerdote:
ese rumor natural, la letra del buen salvaje.
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Nada de esto me es ajeno, disfruto con el vicio
y la santidad de las iglesias: soy el azote
del ocio; Judas resurrecto sacándote de quicio.
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En mis nervios reposa la lealtad de los traidores,
la impotencia de quien teme al hocico de la muerte;
conmigo se enciende el fuego de los perdedores,
soy el guardián del absurdo, de la ira, de lo inerte.
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La ciudad conoce el espanto de las visiones,
intenta escapar disparándole a mi juicio,
lo ataca furiosa con mortales precisiones,
pretende destruir mis celdas de suplicio.
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¿Qué hay aquí? ¿De dónde surge esto que me incita
a darle cuerpo a la bestia que escondemos?
¿Quién exige? ¿Quién clama? ¿Quién me precipita?
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Nada existe más allá de lo que vemos,
la noche tiene ese encanto meretriz que nos excita;
su misterio es el beso de luz que no tenemos.
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