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Cuando uno mira hacia atrás por el camino de su vida generalmente no tiene la valentía, ni los cojones para aceptar todo su pasado con franqueza, autenticidad y mucho menos con humor, como lo hace Willy del Pozo en estas crónicas autobiográficas, pues a todos generalmente nos duele el pasado: si fue bueno por haberlo perdido, si fue malo por las heridas que dejó.
Cuando uno mira hacia atrás por el camino de su vida generalmente no tiene la valentía, ni los cojones para aceptar todo su pasado con franqueza, autenticidad y mucho menos con humor, como lo hace Willy del Pozo en estas crónicas autobiográficas, pues a todos generalmente nos duele el pasado: si fue bueno por haberlo perdido, si fue malo por las heridas que dejó.
No es fácil reconocer y menos liberarse de hechos inconfesables que vivimos. Están allí aguijoneando la conciencia de cuando en cuando, haciendo sentir su presencia como detectives que te dicen: Sé lo que hiciste, y es cuando uno se vuelve esclavo del pasado.
De hecho, si escribir es una de las estrategias más liberadoras que ha inventado la mente humana, hacerlo sobre nuestro propio pasado, lo es todavía más: es cerrar tratos y deudas con aquellos que nos acompañaron por el sendero de nuestra existencia. Esta obra, por tanto, es una invitación a la libertad. Nos enseña que la única forma de construir un proyecto de vida es aceptando todo lo que realmente somos, reconociendo que las experiencias vividas obedecen a un contexto y que sean cuales sean, son valiosas y necesarias para crecer.
En estas páginas de un anti héroe, aparece también un anti mensaje: No es la historia de un chico insensato, que con el despertar de su falo, se va como un “Terminator”, a barrer con media ciudad (La naturaleza, como decía Nietzsche, no es buena ni mala, el juicio acerca de la moralidad e inmoralidad de las cosas, lo atribuimos nosotros), es más bien la historia de un muchacho sensible, sujeto a muchas coyunturas sociales, que él asume y enfrenta sin caretas, sin mecanismos defensivos, con la mayor naturalidad y hasta cierto grado de estoicismo: vive las cosas porque sus circunstancias determinaron que así sea, aunque como buen antihéroe, no se siente víctima ni ente pasivo de sus circunstancias y lo que es mejor, no pierde su esencia ni su identidad en un mundo que se le ofrece a él muy cambiante, si es que podría hablarse de “identidad” en una generación tan desarraigada, a la cual los dos pertenecemos: la generación del nihilismo, de la desesperanza, de la falta de fe. No olvidemos el contexto social en el que se mueve este gran perdedor: violencia terrorista, prostitución, drogas, etc.
Agrada la forma profunda con que cuenta lo banal, el modo tan fino de mencionar la vulgaridad de la vida humana, el tono sencillo de decir sentimientos profundos y encontrados.
El autor, nos propone además, un sentido diferente de vivir: el hedonismo como principio y filosofía de vida, la pasión por lo que se hace, el aprender a reírse de uno mismo, a no tomarse tan en serio las cosas, lo cual de cuando en cuando resulta tremendamente terapéutico y si bien su obra nos habla del pasado, es también una invitación a vivir en el presente, a centrarse en el aquí y en el ahora.
Este no es un análisis sobre aspectos literarios, y por lo que a mí queda decir en cuanto a la apreciación psicológica, felicito a Willy del Pozo, por habernos regalado esta historia, en la que nos muestra al desnudo el alma y el cuerpo de toda una generación.
Sé que para muchos la palabra “Sendero” en nuestro país está siempre asociada a la palabra “Violencia”. Con esta irreverente y chispeante obra, espero que al menos al rato de leerla “Sendero” nos suene mas bien a “Placer”, un placer quizá más intenso que el orgásmico.
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º Texto leído en la presentación de EL SENDERO LUMINOSO DEL PLACER de Willy del Pozo, en el auditorio de la Universidad Continental de Huancayo. Junín.
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